Exposición colectiva de Galería Pública en Galería INDIGO
Agradecimientos especiales a Galería INDIGO por brindarnos su maravilloso espacio, Pisco Huamani y Mr. Perkins, por acompañarnos el día de la inauguración brindando maravillosos cocteles a nuestros asistentes; además a nuestros artistas por su compromiso y confianza hacía la galería y a nuestros amigos y familia que fueron pieza clave en toda la exposición.
¡Muchas gracias!
Sobre los territorios y las fronteras.
De los términos relacionados al espacio, el territorio tiene una característica especial
de pertenencia. Por un lado, tiene una contención que parte de una superficie terrenal, un
lugar específico y figurativo que aglutina e incluye: nos hace pertenecer. Por otro lado, nos da también la posibilidad
de señalar márgenes, es aquí cuando actuamos de manera territorial. Y como resultado también encontramos su singularidad: nos hace parte de algo, nos
somete, pero a la vez nos sentimos tan propios que lo reinamos. Si cada persona forma parte de un territorio
del cual es partícula y dominante, en tanto, la misma logra permitir el surgimiento de fronteras
entre cada individuo. Pensemos en las fronteras como espacios abiertos que difuminan la transición entre un área y la colindante, como
muros traslúcidos, porosos y permeables, que más que delimitar o separar, permiten la coexistencia y comunicación entre distintos
hábitats.
Fronteras Incorpóreas, de Midchel Meza, nos permite dar a conocer su perspectiva sobre esta configuración entre polos, muchas
veces considerados distantes en tres dicotomías principales. La primera yace en la dualidad entre lo que hasta ahora
conocemos como la “realidad táctil analógica” y la “realidad virtual de los medios digitales”. La segunda entre lo que es
certero y conocido (hasta cierto límite) sobre el planeta por el ser humano en contraposición con la incertidumbre del saber
del universo. Y por último, el individuo como ser autónomo y a la vez su evidente dependencia de las provisiones del medio
ambiente. Por lo tanto, podemos comprender a cada ser vivo como un territorio independiente que se encuentra ligado a la constante
nutrición a través de estas fronteras, las cuales nos unen y separan al mismo tiempo entre nosotros mismos, es en este
punto donde se evidencia la indispensable fusión universal entre cada territorio.
Solange Adum Abdala
Curadora
“I’m not a map, I’m a labyrinth”.
—Liza Ambrossio
Desde la disrupción de la denominada “Revolución Digital” en el último siglo, el desarrollo de la sociedad se ha establecido bajo la búsqueda de nuevos patrones de producción y esquemas sociales. En este panorama, el registro del paisaje/territorio ha surcado un momento de convergencia: representar el entorno físico es y ha sido una herramienta para abordar la “realidad” y conocerla, y un valor añadido en el ámbito de supervivencia. La realidad era algo desconocido para el ser humano, y en su proceso de evolución buscó maneras de poder interpretarla y expresarla gráficamente.
Evidentemente, la principal diferencia entre los mapas realizados en papel y los mapas digitales no es tanto el aspecto de la materia con la que están hechos, sino las posibilidades que esas materias ofrecen. Según Verónica Perales Blanco en su artículo “Cartografías desde la perspectiva artística. Diseñar, trazar y navegar la contemporaneidad” (2010), señala que “el nuevo formato opera directamente con los datos (la fuente), mientras que el mapa en papel es una integración de los mismos (representación cerrada). Desde esta condición es lógico que, una variedad de proyecciones de un mismo objeto proporcione una visión más completa que un único punto de vista o una visión singular. La posibilidad de disociar o separar en capas datos de diferente naturaleza (visión selectiva), también aporta a un gran potencial a las cartografía digitales y ‘cibercartografías’”.
Hay un viraje en cómo percibimos y nos relacionamos con la naturaleza a raíz de la virtualidad. Desde el uso de la información satelital en el sector agrícola, hasta la posibilidad de mejorar el cuerpo con implantes biónicos, la tecnología magnífica nuestro control sobre lo real, y a su vez, nos da nuevos ojos para asimilar el mundo. El marco ideológico que surge al conjugar la tecnología con el sistema neoliberal actual invita también a considerar el desgaste y desvanecimiento de la materia generado por el cambio climático. Uno de los casos que utiliza el presente proyecto para plantear esta problemática se ubica bajo la desaparición de nevados y montañas en la Cordillera Blanca peruana. Estos espacios son ejes próximos de la desidia del sistema económico actual que apaña a los factores de producción en masa y la no dignificación del ecosistema.
Tomándolo desde el corto plazo, la atomización y la alienación social, la degradación de lo medioambiental —o a un nivel más básico— la vehemencia descontrolada de la humanidad contra todas sus limitaciones prácticas, son el costo inmediato de nuestro “progreso”. La esencia de lo virtual se encuentra precisamente en un rechazo material, en donde lo material se transforma en la raíz de nuestras limitaciones. Es aquí donde no paramos al borde del infinito, y en donde debemos considerar cuál será nuestra relación con este nuevo mundo antes de entregarnos a él.
Agradecimientos,
A la familia Álvarez-Espinoza: Sofía, Natalia, Regina, Esther, Edgar y Filomena. A Solange Adum por ser luz siempre. Al grupo de acompañamiento por el buen ánimo e intercambio de ideas: Miguel Palomino, Ana Lía Orézzoli, Janice Brysson, Cristias Rosas y Gabriela Pinto. A César Porta y a Martín Macassi por sus aportes con los últimos detalles. Y a Rodrigo Diaz, por ayudarme a crear el espacio y soporte donde pude terminar este proyecto.
Correspondencias 2020 son diálogos visuales anónimos que surgen durante los primeros meses de
confinamiento producto de la pandemia generada por la Covid 19. Este acontecimiento mundial nos generó
muchas preguntas sobre los temas fundamentales de la existencia humana. ¿Qué es lo fundamental en la
vida? ¿Qué nos mantiene conectados ? ¿Qué somos más allá de nuestro cuerpo o nuestro territorio?
Estábamos aislados, pero por primera vez este hecho histórico nos afectaba a todos y de cierta forma
estábamos más conectados que nunca, atravesando una misma realidad , nos encontrábamos contenidos pero
muy conectados a nivel espiritual . Caímos en cuenta que nuestra identidad es generada por el conjunto, y
cada parte contribuye a un objetivo mayor que solo es posible de alcanzar con åla unión. Así como un átomo
que se compone de electrones protones y neutrones, o un cuerpo humano de millones de átomos, o el
universo lo compone la totalidad del espacio y tiempo y las formas de materia y energía.
El objetivo siempre es la unidad, y la creación es imposible sin cada parte.
Por ese motivo decidimos iniciar este diálogo visual a manera de trasladar estos cuestionamientos a imágenes.
Así conectamos con fotógrafos, colegas de distintos países (Colombia, Ecuador, Perú, Chile, Argentina, Suiza)
cuyo proyecto les resonaba y que decidieron responder de manera anónima a los textos e imágenes que se
iban creando , generando este cadáver exquisito entre 13 fotógrafxs . Así, la última fotografía creada volvía a
conectar con la imagen inicial del cadáver, de tal manera que en la edición no había ni un principio ni un final, el espectador
podía tener la libertad de decidir con qué imagen iniciar este cuestionamiento sobre el
tránsito de nuestra existencia.
Este proceso creativo dio como resultado una diversidad de imágenes y estilos muy diferentes, pero al mismo
tiempo fue el mismo proceso el que hizo que haya una unidad y continuidad tanto visual como temática. Cada
una de la obras llegan a dialogar entre sí creando un solo universo que reflexiona en temas como la vida, la
muerte y los principios universales.
Nos parece importante continuar con este diálogo visual que aunque se inició durante la pandemia y el confinamiento ya
acabó , los cuestionamientos que dieron inicio a este proyecto se mantienen más allá del tiempo y el espacio,por lo cual
planteamos que puedas continuar con esta dinámica y respondas mediante texto y foto a la última imàgen creada.
¡Bienvenidx!
Texto redactado por : Liz Tasa y Facundo Geli
Participantes:
Facundo Geli(Argentina) Liz Tasa (Perú) Malika (Marruecos) Nicolas Amaro (Chile) Johanna Alarcón (Ecuador)
Agustino Mercado (Argentina) Andrés Yépez (Ecuador) Atoq Ramón (Perú) Chintia Garcia (Perú) Juliana Gómez (Colombia)
Sofia Bensadon (Argentina) Tadeo Bourbon (Argentina) Maria Gracia Cebrecos (Perú)
Sobre piedras, nubes y fantasmas.
Por: Alberto Pacheco Benites
Estamos ante la nueva serie de un cazador de fantasmas que, fiel a su búsqueda, expone otro cariz espectral. Sólo que esta vez ya no va tras del fantasma que ha partido, ni del que se queda sin partir. Tampoco explora los territorios que estos parecen ocupar. En esta ocasión –y con la proximidad de su propia partida del Perú a cuestas– Cristias Rosas abre otro intersticio, otro territorio liminar que aparece como portal, como puerta vaivén, para explorar una articulación de espectros más móvil y más múltiple.
Esta nueva serie supone una exploración que cabalga esa cornisa de apariciones y de partidas, que mira y nos invita a perseguir el fantasma de la nube (que pasa) en la piedra (que se queda). Nos invita a explorar cuánto de la piedra («rumi») deviene nube («phuyu») y viceversa, a razón del tiempo y de todo lo que se va.
La partida interpela y moviliza, hace devenir. La partida entendida no sólo como dejar un lugar e irse, sino también como dejar un tiempo y pasar. Es en este sentido que Cristias propone las figuras de la piedra y de la nube para dar pie tanto a la multiplicidad de lo que se va, así como a los ecos de los que ya han partido. No se trata de una dualidad ni de opuestos binarios, sino de los puntos sobre los que se desarrolla un continuum y sus matices. Así, esta serie bien parece revelar un devenir-nube en su interacción con un devenir-piedra. Lo primero como la fuerza de irse hasta ser ausente, transformando todo lo que se deja; lo segundo como la fuerza de aquello que queda, testigo de todo lo que ha partido, que ya no está pero que (aún) lo constituye. Y es que, mientras no hay dos cielos iguales porque nunca pasará la misma nube, todo lo contrario ocurre con la piedra, que es testimonio contra el paso del tiempo. Bien decía Barthes que «la piedra no es la vida ni la muerte, es la inercia, la terquedad de la cosa por no ser más que ella misma». Para ello en esta serie la doble –o múltiple– exposición constituye el catalizador de la multiplicidad de ese intercambio entre el devenir-nube que remite a las partidas y el devenir-piedra que resuena en el quedarse. Habría que recordar, con Deleuze y Guattari, que lo múltiple constituye algo que debe ser hecho no añadiendo una dimensión superior, sino a fuerza de la sobriedad. Y así ocurre aquí. Esta múltiple exposición no aparece como un recurso enrevesado o como una profundidad impuesta a quien enfrenta las imágenes. Por el contrario, casi susurra una serie de preguntas respecto a lo que ha quedado de quienes estuvieron ahí, a su relación con su entorno y a su relación con quienes acusamos esa ausencia, que nos interpela. Tal concepción de la exposición funde, combina, permea lo que reposa a ambos lados del portal o de la puerta vaivén.
Hay, pues, una lógica de retorno que asalta con las partidas. Un movimiento que conduce a repensar, a revisitar y hacer una re-visión (un volver a ver) de algo que se asoma precisamente porque uno se va. Realizadas ad portas de su partida del Perú, estas imágenes parecen dar cuenta de cómo esas derivas instan al artista. Si bien sus series anteriores lo han llevado por diversos rincones de su país y de otros continentes, su territorio fue siempre el de un limbo inubicable. Esta vez, en cambio, el territorio resuena desde un lugar reconocible: el ande peruano. Esto, ya sea que se trate de las huellas de lo incaico en Cusco, de la naturaleza de Obrajillo o de las alturas de la puna de Huayllay, lugar del «frío transparente» y del «silencio grande», por describirlo con Arguedas. De modo que Cristias se aleja del limbo irreconocible como lugar desde donde enuncia (y se anuncia) la mirada. Se desplaza hacia lo andino, identificable en cada imagen e incluso en la elección de la lengua del título de la serie, un viraje que realiza sin el exotismo en el que suelen caer quienes se aproximan a tales orillas. Sin una mirada «de postal» y sin endilgarse un afán representacionista, ese giro le sirve a él para desplegar las multiplicidades del paso del tiempo y de las partidas. Todos sus portales y escenarios son esa puerta vaivén en la que dialoga y se vincula el devenir-piedra (que siempre aguarda) con el devenir-nube (que siempre pasa). La lente y el trabajo fotográfico los aúnan en un flujo indiscernible en el que, mientras la nube es consciencia del tránsito, la piedra es evidencia de su propia permanencia. A esto último refiere Caillois, cuando afirma que aquellas piedras que no han recibido acción humana a lo largo de su historia y que quedan expuestas a la intemperie y al tiempo, «sólo dan testimonio de sí mismas». De allí que se abra la pregunta respecto a si la presencia remite a aquello que le resiste al tiempo, dejando huella de su existencia; o si es el tiempo (el pasar que se hace pasado) lo que sirve como testimonio de que estamos siendo, de que algo estuvo.
A partir de ello, además, esta serie nos propone una mirada de la naturaleza en relación con la actividad humana, que aparece a través de los fantasmas que hablan desde los vestigios de sus obras. Y es que las imágenes –máxime por la exposición múltiple– ponen en evidencia la dilución de esta actividad en su entorno. Así nos resuena, hoy con más fuerza que nunca, cuán distante y distinto resulta aquel hacer humano que Cristias presenta fantasmal, con respecto al extractivismo que la modernidad occidental levantó. Ese que despojó a la naturaleza de toda su dimensión viviente para convertirla en cosa, en «recurso natural» sometido a las voluntades de su técnica, que la transforma, la conquista o la explota. Y, nuevamente, el eje del ande nos resuena, desde su concepción diferente de la naturaleza y de la tierra, pero también desde su concepción diferente del tiempo, alejado del reduccionismo lineal de pasado-presente-futuro como reflejo de una versión del progreso que hoy se cae a pedazos. De allí que Rumi Phuyu se convierta en portal, en vaivén, en encuentro, entre una interrogación al tiempo y a la ausencia (el pasado, el pasar, el partir) y una relación con la naturaleza, entre un irse y preguntarse qué se deja, re-visionando al ande y lo que éste delata. Se trata de una exploración que nos recuerda, como indica Breton, que las piedras (y sobre todo las más duras) continúan hablándoles a quienes quieran oírlas.
Rennes, noviembre de 2021.