Sobre los territorios y las fronteras.
De los términos relacionados al espacio, el territorio tiene una característica especial
de pertenencia. Por un lado, tiene una contención que parte de una superficie terrenal, un
lugar específico y figurativo que aglutina e incluye: nos hace pertenecer. Por otro lado, nos da también la posibilidad
de señalar márgenes, es aquí cuando actuamos de manera territorial. Y como resultado también encontramos su singularidad: nos hace parte de algo, nos
somete, pero a la vez nos sentimos tan propios que lo reinamos. Si cada persona forma parte de un territorio
del cual es partícula y dominante, en tanto, la misma logra permitir el surgimiento de fronteras
entre cada individuo. Pensemos en las fronteras como espacios abiertos que difuminan la transición entre un área y la colindante, como
muros traslúcidos, porosos y permeables, que más que delimitar o separar, permiten la coexistencia y comunicación entre distintos
hábitats.
Fronteras Incorpóreas, de Midchel Meza, nos permite dar a conocer su perspectiva sobre esta configuración entre polos, muchas
veces considerados distantes en tres dicotomías principales. La primera yace en la dualidad entre lo que hasta ahora
conocemos como la “realidad táctil analógica” y la “realidad virtual de los medios digitales”. La segunda entre lo que es
certero y conocido (hasta cierto límite) sobre el planeta por el ser humano en contraposición con la incertidumbre del saber
del universo. Y por último, el individuo como ser autónomo y a la vez su evidente dependencia de las provisiones del medio
ambiente. Por lo tanto, podemos comprender a cada ser vivo como un territorio independiente que se encuentra ligado a la constante
nutrición a través de estas fronteras, las cuales nos unen y separan al mismo tiempo entre nosotros mismos, es en este
punto donde se evidencia la indispensable fusión universal entre cada territorio.
Solange Adum Abdala
Curadora