Sobre piedras, nubes y fantasmas.
Por: Alberto Pacheco Benites
Estamos ante la nueva serie de un cazador de fantasmas que, fiel a su búsqueda, expone otro cariz espectral. Sólo que esta vez ya no va tras del fantasma que ha partido, ni del que se queda sin partir. Tampoco explora los territorios que estos parecen ocupar. En esta ocasión –y con la proximidad de su propia partida del Perú a cuestas– Cristias Rosas abre otro intersticio, otro territorio liminar que aparece como portal, como puerta vaivén, para explorar una articulación de espectros más móvil y más múltiple.
Esta nueva serie supone una exploración que cabalga esa cornisa de apariciones y de partidas, que mira y nos invita a perseguir el fantasma de la nube (que pasa) en la piedra (que se queda). Nos invita a explorar cuánto de la piedra («rumi») deviene nube («phuyu») y viceversa, a razón del tiempo y de todo lo que se va.
La partida interpela y moviliza, hace devenir. La partida entendida no sólo como dejar un lugar e irse, sino también como dejar un tiempo y pasar. Es en este sentido que Cristias propone las figuras de la piedra y de la nube para dar pie tanto a la multiplicidad de lo que se va, así como a los ecos de los que ya han partido. No se trata de una dualidad ni de opuestos binarios, sino de los puntos sobre los que se desarrolla un continuum y sus matices. Así, esta serie bien parece revelar un devenir-nube en su interacción con un devenir-piedra. Lo primero como la fuerza de irse hasta ser ausente, transformando todo lo que se deja; lo segundo como la fuerza de aquello que queda, testigo de todo lo que ha partido, que ya no está pero que (aún) lo constituye. Y es que, mientras no hay dos cielos iguales porque nunca pasará la misma nube, todo lo contrario ocurre con la piedra, que es testimonio contra el paso del tiempo. Bien decía Barthes que «la piedra no es la vida ni la muerte, es la inercia, la terquedad de la cosa por no ser más que ella misma». Para ello en esta serie la doble –o múltiple– exposición constituye el catalizador de la multiplicidad de ese intercambio entre el devenir-nube que remite a las partidas y el devenir-piedra que resuena en el quedarse. Habría que recordar, con Deleuze y Guattari, que lo múltiple constituye algo que debe ser hecho no añadiendo una dimensión superior, sino a fuerza de la sobriedad. Y así ocurre aquí. Esta múltiple exposición no aparece como un recurso enrevesado o como una profundidad impuesta a quien enfrenta las imágenes. Por el contrario, casi susurra una serie de preguntas respecto a lo que ha quedado de quienes estuvieron ahí, a su relación con su entorno y a su relación con quienes acusamos esa ausencia, que nos interpela. Tal concepción de la exposición funde, combina, permea lo que reposa a ambos lados del portal o de la puerta vaivén.
Hay, pues, una lógica de retorno que asalta con las partidas. Un movimiento que conduce a repensar, a revisitar y hacer una re-visión (un volver a ver) de algo que se asoma precisamente porque uno se va. Realizadas ad portas de su partida del Perú, estas imágenes parecen dar cuenta de cómo esas derivas instan al artista. Si bien sus series anteriores lo han llevado por diversos rincones de su país y de otros continentes, su territorio fue siempre el de un limbo inubicable. Esta vez, en cambio, el territorio resuena desde un lugar reconocible: el ande peruano. Esto, ya sea que se trate de las huellas de lo incaico en Cusco, de la naturaleza de Obrajillo o de las alturas de la puna de Huayllay, lugar del «frío transparente» y del «silencio grande», por describirlo con Arguedas. De modo que Cristias se aleja del limbo irreconocible como lugar desde donde enuncia (y se anuncia) la mirada. Se desplaza hacia lo andino, identificable en cada imagen e incluso en la elección de la lengua del título de la serie, un viraje que realiza sin el exotismo en el que suelen caer quienes se aproximan a tales orillas. Sin una mirada «de postal» y sin endilgarse un afán representacionista, ese giro le sirve a él para desplegar las multiplicidades del paso del tiempo y de las partidas. Todos sus portales y escenarios son esa puerta vaivén en la que dialoga y se vincula el devenir-piedra (que siempre aguarda) con el devenir-nube (que siempre pasa). La lente y el trabajo fotográfico los aúnan en un flujo indiscernible en el que, mientras la nube es consciencia del tránsito, la piedra es evidencia de su propia permanencia. A esto último refiere Caillois, cuando afirma que aquellas piedras que no han recibido acción humana a lo largo de su historia y que quedan expuestas a la intemperie y al tiempo, «sólo dan testimonio de sí mismas». De allí que se abra la pregunta respecto a si la presencia remite a aquello que le resiste al tiempo, dejando huella de su existencia; o si es el tiempo (el pasar que se hace pasado) lo que sirve como testimonio de que estamos siendo, de que algo estuvo.
A partir de ello, además, esta serie nos propone una mirada de la naturaleza en relación con la actividad humana, que aparece a través de los fantasmas que hablan desde los vestigios de sus obras. Y es que las imágenes –máxime por la exposición múltiple– ponen en evidencia la dilución de esta actividad en su entorno. Así nos resuena, hoy con más fuerza que nunca, cuán distante y distinto resulta aquel hacer humano que Cristias presenta fantasmal, con respecto al extractivismo que la modernidad occidental levantó. Ese que despojó a la naturaleza de toda su dimensión viviente para convertirla en cosa, en «recurso natural» sometido a las voluntades de su técnica, que la transforma, la conquista o la explota. Y, nuevamente, el eje del ande nos resuena, desde su concepción diferente de la naturaleza y de la tierra, pero también desde su concepción diferente del tiempo, alejado del reduccionismo lineal de pasado-presente-futuro como reflejo de una versión del progreso que hoy se cae a pedazos. De allí que Rumi Phuyu se convierta en portal, en vaivén, en encuentro, entre una interrogación al tiempo y a la ausencia (el pasado, el pasar, el partir) y una relación con la naturaleza, entre un irse y preguntarse qué se deja, re-visionando al ande y lo que éste delata. Se trata de una exploración que nos recuerda, como indica Breton, que las piedras (y sobre todo las más duras) continúan hablándoles a quienes quieran oírlas.
Rennes, noviembre de 2021.